El ladrón de morfina [1] no es exactamente una novela dentro de otra novela dentro de otra novela. Sino, además, una novela, conectada a otra novela, conectada a otra novela. Dentro no, al lado. Es un relato para embriagarse. “Il faut être toujours ivre” [...] “De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo” [2], escribe Charles Baudelaire en Petits Poëmes en Prose o Le Spleen de Paris. De literatura o de morfina, elijan ustedes.
El germen de la posmodernidad está en la misma modernidad. Es su estado latente en palabras de Lyotard [3]. Los desastres de las guerras mediado el siglo XX acaban de romper la frágil cáscara que envolvía la enciclopedia. La novela de Sandoval se manifiesta como un manuscrito encontrado, escrito por otro. Como si fuera un manuscrito hallado en una botella [4]. Estrategia que da como resultado el alejamiento entre el autor y el lector, pero en este caso sin ningún Kinebote [5] interfiriendo el relato. Y en lugar de continuar por el camino del juego de muñecas rusas que tanto ha utilizado Paul Auster, sigue por una vía rizomática. Sandoval, va desgranando página tras página de espléndida narrativa, con un continuo flujo de pequeños éxtasis que el lector ascenderá como un salmón contracorriente. Remansos y saltos se suceden. Pero esa querencia rizomática, pervertirá la tendencia y el lector se adentrará en corrientes subterráneas y remolinos que lo harán reaparecer con nuevas perspectivas del paisaje. Los personajes, como las personas, son siempre distintos a la manera copos de nieve. No es un ejemplo al azar, el coleccionista de nieve es una pieza clave del relato. El coleccionismo tiene afán por lo diferente en lugar de por lo igual. Los copos, como los humanos, siguen un patrón y sin embargo son todos diferentes. Son semejantes, pero no iguales. Diferencias que la cultura a veces ahonda y otras no existen por más que las guerras se empeñen en ello. Es una lástima aterradora que el siglo XX buscase y hallase devastadores hongos reales en lugar de dedicarse a paradisíacos e inmunes hongos de ficción. En la brecha entre realidad y ficción, el autor coloca palabras que se expanden como agua al congelarse, tendiendo puentes entre ficciones inventadas y ficciones reales.
El coleccionista de copos de nieve, obsesionado por la inaprensible imagen que se derrite ante sus ojos, toma ayuda prestada de la fotografía para transmutar lo efímero en eterno. Como el pintor de la vida moderna. Como Nadar fijó el rostro de Baudelaire. Como hacen el escritor real y el de ficción con la máquina de escribir. Pincel, cámara, máquina de escribir o jeringuilla son extensiones de la mano, tecnologías que Sandoval pone al servicio del relato.
Poe será el compañero de viaje de uno de los personajes. En la maleta de Poe irán, sus propias historias, el láudano y Baudelaire pugnando por salir. En la novela los personajes, aficionados a la morfina, no buscan un paraíso, sino dejar de sentir la tierra, el dolor, la guerra. Es llamativo como al autor utiliza, en sus descripciones de la guerra, à rebours [6], destellos de simbolismo, en ese coqueteo con el entorno de Poe y Baudelaire. Como una imposible lluvia naranja en blanco y negro.
Sandoval, como un Sebald comedido, introduce figuras reales con sus delirios y últimos estertores indescifrables. No sabemos que significó la ultima palabra de Baudelaire. Ningún hermeneuta ha podido interpretarla. El escritor va añadiendo hitos al rizoma: la traducción, la interpretación, la comunicación sin palabras. El lector casi pasa a ser una nota al pie de texto en la historia tan bien manejada por el autor.
Las últimas páginas del libro sorprenderán, inadvertidamente girarán los puntos de vista, las flores del mal resonarán en los oídos, como correspondencias viajando en el tiempo. Baudelaire, profeta de la modernidad, también lo fue de la posmodernidad: “¿Qué vengas del Infierno o del Cielo, qué importa?" [7]. Una ambivalencia, que trajo algunos desmanes. Sandoval pertenece a una contemporaneidad crítica, abierta, contradictoria. Sabe que “la belleza mata” y que “el mundo estaba mal hecho”. Que “la belleza es veneno” y “que los venenos pueden salvarte”. El ladrón de morfina, es una extraña flor -L'âme du vin [8]- que puede salvarte. O al menos, negociar una salvación.
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